AMLO, el festejo y las llamas |  Opinión

La voz de Hipólito Mora fue brutalmente silenciada el jueves en Michoacán. El asesinato del exlíder de las autodefensas sacudió a la nación y enterró el triunfalismo de Andrés Manuel López Obrador, quien celebra este sábado el quinto aniversario de una victoria electoral que no ha traído la paz a México.

Hipólito ganó fama la década anterior al personificar la indignación y el coraje de los que dijeron basta ante los abusos de los criminales y una pasividad, que no excluye la complicidad, de los gobiernos con los criminales.

Este mediano agricultor de voz inconfundible no soportaba ver a su hijo humillado por delincuentes que, no contentos con imponer cuotas y robar mujeres, querían decidir a qué agricultor le compraban sus productos y cuándo. El día que le hicieron eso a su retoño, Hipólito puso hasta aquí.

Eso fue hace diez años. Al convocar a sus compatriotas para enfrentar a los delincuentes, su figura quedó acorralada en una trampa que lo quemó esta semana. El crimen que reina en Michoacán, y que con el tiempo muda su piel pero no su apetito sanguinario, nunca le iba a perdonar su rebeldía.

La historia de Hipólito es la tragedia de un país con una ley de papel mojado y con gobiernos que se balancean entre la cobardía y la incompetencia, sin excluir, repito, que no pocas veces se hacen indecibles alianzas entre quienes deben protegernos y quienes con las metralletas transgreden al Estado. de ley.

Hipólito Mora al centro de una procesión con ciudadanos y autodefensas en La Ruana, en diciembre de 2014.
Hipólito Mora al centro de una procesión con ciudadanos y autodefensas en La Ruana, en diciembre de 2014.STRINGER México (REUTERS)

Tras el levantamiento de las autodefensas en 2013, el gobierno de Enrique Peña Nieto tenía un solo objetivo: la imagen de eficacia del gabinete mexicano no debía ser arrasada por esa cuasi guerra civil llamada Michoacán.

Eventualmente, con dinero y acuerdos no santosLos del sexenio anterior apagaron las llamas, sí, pero no las causas del conflicto. Al no aplicar la ley, al no restablecer la democracia o la justicia, todo era cuestión de tiempo para que las bandas que soltaban los peñistas se convirtieran en aves de rapiña.

Indomable, Mora pagó hace años con la vida de un hijo por querer vivir en su tierra y con su gente. Ni con eso lo perdonaron y esta semana le llovieron a balazos a él y a su escolta y le prendieron fuego a su auto.

A Hipólito los mexicanos no sólo le debemos un homenaje a su dignidad frente a los criminales y sus gobiernos a sueldo, sino una cosa más: la noticia de su asesinato fue un choque que despierte —aunque sea momentáneamente— el cínico sopor que sufrimos ante los hechos cotidianos de violencia.

La suya fue una muerte más de las decenas, alrededor del centenar, que ocurren a diario en nuestro país, pero también es una tragedia que toca más allá de La Ruana, más allá de Michoacán. Tanto es así que se coló en Palacio Nacional, ese recinto cerrado a la crítica y la disidencia, y mucho menos a los datos de la realidad.

El asesinato de Mora y sus tres escoltas cristaliza parte del horror cotidiano de México en el sexenio de López Obrador. Ese jueves la noticia hablaba de un carro bomba en Guanajuato y del secuestro masivo en Chiapas de 16 personas (felizmente difundido el viernes).

Lo que no se informó en ninguna primera plana fueron decenas de otros asesinatos en todo el país, y mucho menos el reconocimiento por parte del gobierno federal de que, 55 meses después de asumir el cargo y cinco años después de ganar las elecciones, su estrategia de paz es un fracaso.

En apenas una semana, Andrés Manuel ha dado nuevas muestras de su indolencia hacia las víctimas y del encierro irreductible que le impide darse cuenta de que la criminalidad lo luce una y otra vez sin remedio.

Ocupado en los festejos por el quinto aniversario de su triunfo en las urnas, el presidente se aferra a un discurso cada vez menos poderoso de que todo lo malo que pasa es herencia del pasado y toda información sobre esas derrotas gubernamentales es un complot de sus adversarios. .

El mitin del Zócalo se llenará una vez más de gritos de complacencia de un gobernante que carece del carácter necesario para dar el pésame a las familias chiapanecas que no tenían noticias de sus seres queridos, ni una mínima atención gubernamental humana para aliviar la espera.

Para los mortificados porque la vida de sus seres queridos pendía de la volátil contención de delincuentes sin temor al gobierno, AMLO tenía chistes. Para la familia de Hipólito y para quienes sintieron esa muerte como una pérdida propia, solo culpas a los demás: el manido guión de él donde él es la víctima.

Así llega López Obrador a la celebración de una victoria electoral cuyas promesas de paz son flores marchitas. La violencia duele igual en Jalisco, con algunos de los cementerios clandestinos más grandes e insondables del país, como en Tijuana, donde la alcaldesa morenista se esconde en un cuartel.

Y si no hay paz, hay menos justicia. Andrés Manuel celebrará su llegada al poder sin hacer frente a la impunidad que reina en todos los rincones del país. De Chiapas a Zacatecas, donde las comunidades tienen que migrar para no ser devoradas por los comandos, a Chihuahua y Tamaulipas, tan mal hoy como antes.

Seguidores de Andrés Manuel López Obrador antes del mitin de este sábado en el Zócalo.
Seguidores de Andrés Manuel López Obrador antes del mitin de este sábado en el Zócalo.Sashenka Gutiérrez (EFE)

Restos del pasado. Así explica López Obrador sus fracasos. Lo que ven es lo que me dejaron y han pasado cinco años y simplemente no puedo con el paquete. Bueno, la segunda parte no lo dice, pero es lo que es obvio: cinco años, todo el poder de las fuerzas armadas, y el país igual o peor.

Porque el llamado modelo de seguridad del actual régimen se basa en tres componentes. Culpando al pasado, presentando estadísticas para que veamos números y presuntas tendencias, nunca víctimas, y el prestigio cada vez más comprometido de las fuerzas armadas.

La estadística no es una cosa menor. Pretende instalar una versión de la realidad basada en datos gubernamentales, no en los relatos de las víctimas, no en los hechos que ponen en entredicho el optimismo, por no llamarlo triunfalismo, de la Federación.

Ganar el debate con el petate de García Luna, por un lado, y eso, según los números, la gente ya debería empezar a agradecer.

Hay expertos que reconocen que las estadísticas de homicidios dolosos parecen haber tocado techo, registrando incluso una tendencia inicial a la baja, pero también es cierto que especialistas y la prensa advierten que la incidencia de personas desaparecidas podría esconder muchas muertes desaparecidas.

Todo esto sin mencionar que el pax narco crea espejismos, percepciones de que determinada región o Estado ya no sufre las conflagraciones de no hace tanto tiempo; Pero hay que desconfiar de tal sueño: ya no hay violencia, pero tampoco el Estado, el gobierno y los precios de todo los pone “el dueño de la plaza”.

El podrido trueque de “acepten lo que dictan los criminales, acepten que ellos son el supremo gobierno” fue precisamente lo que nunca comprometió Hipólito Mora. Su vida dependía de ello, pero su gente, como las familias chiapanecas que vivieron el susto de sus vidas esta semana, saben a quién quejarse.

Sin lograr la paz, no habrá cuarta transformación, el presidente de la República cuyo cofre no es un sótano abierto hace años, en uno de esos extraños momentos de candidez. Le quedan apenas quince meses y el desafío de revertir la delincuencia parece insuperable para su Administración.

La creación de una guardia militar no ha evitado violaciones a los derechos humanos —el mes pasado se revelaron videos de ejecuciones extrajudiciales en Tamaulipas—, ni ha logrado infundir respeto y mucho menos miedo a los delincuentes.

La República es hoy un puñado de Estados de color Moreno que recurren a las fuerzas armadas para nombrar mandos policiales que dejan tanto que desear que en Estados como Quintana Roo ya han tenido que sacarlos por el evidente descontrol y resultados .

E incluso en la Ciudad de México, los escándalos por la mala actuación de la Fiscalía, o por el poco respeto que la policía capitalina impone a los ladrones de relojes o a los que atentaron contra la vida de Ciro Gómez Leyva, han faltado en los últimos tiempos. .

Las promesas de campaña que hace cinco años recibieron 30 millones de votos incluían restaurar la seguridad en México, no solo erradicar la corrupción y combatir la desigualdad. El presidente ha demostrado que lo suyo es celebrar cada tres meses, e ignorar a las víctimas.

Que mi muerte no sea en vano, fue la última voluntad de Hipólito Mora. Desafortunadamente, solo hay lugar para el pesimismo.

Sus asesinos, como los de los hermanos jesuitas asesinados hace un año junto a un agente de viajes en Chihuahua, saben que como mucho tienen que temer a otros criminales, no al gobierno, ocupado como prepara elecciones, entregando la administración a las milicias. , y haciendo oídos sordos a tanta muerte y desesperación. Y para celebrar, por supuesto.

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