Amyl & the Sniffers, el ritual del rock and roll ‘redneck’ australiano conjura a México

Amy Taylor baila hasta el escenario mientras las luces epilépticas crepitan en la habitación y los altavoces suenan. la chona. Se mueve por un estrecho pasillo en bikini dorado, con pantalones mínimos del mismo color y botas blancas hasta la rodilla. Escoltada por sus compañeros de banda, casi parece una boxeadora entrando al ring antes de una gran velada en el Madison Square Garden. Una vez en el escenario, un toque de guitarra en el aire, una mirada al público y lo que empieza, pocas horas antes del concierto, Taylor, cantante, y Dec Martens, a cargo de las seis cuerdas, definen en una entrevista con EL PAÍS como un “ritual”. Es el primero que Amyl & the Sniffers, la banda australiana de moda dentro del rock alternativo mundial, evoca en Ciudad de México, con el cartel de agotado Lleva días colgado en la puerta del Indie Rocks Forum, en Roma. el baile de la monstruos acaba de empezar.

Taylor se come el escenario desde el minuto uno con la energía de un perro callejero al que acaban de soltar tras estar mucho tiempo atado; como un tiburón que, si deja de moverse, se hunde. Es un baile frenético, salvaje y descarado. Peleaba contra el aire, convulsionaba con todo el cuerpo, enseñaba el trasero, gateaba a cuatro patas. Cuando se recupera, ya es demasiado tarde y el público ha perdido los estribos: un solo cuerpo con cientos de cabezas, sudor y pieles distintas meciéndose al mismo ritmo. “Somos una banda en vivo, es nuestro espíritu. Cuando estamos en el escenario todo es divertido, empoderador y liberador. Es casi como meditar o cuando vas tanto tiempo corriendo que dejas de pensar: no estás presente, pero al mismo tiempo lo estás. Es más o menos ese sentimiento”, explica el vocalista. “Es casi un mantra, puedes apagar tu cerebro, como en un ritual”, responde Martens.

La banda australiana de rock and roll Amyl & the Sniffers, durante la entrevista para EL PAÍS.
La banda australiana de rock and roll Amyl & the Sniffers, durante la entrevista para EL PAÍS.AGGI GARDUNO

El jueves, horas antes del concierto, Taylor y Martens se presentan a la entrevista luciendo un poco cansados. Los otros dos integrantes, Bryce Wilson (batería) y Gus Romer (bajo), llegarán más tarde para la sesión de fotos. Llevan cuatro días en México, donde han aprovechado para ver lucha libre, animales exóticos y prohibidos del mercado de Sonora o clubes de salsa. La noche siguiente se presentarán en Guadalajara. Aparece con la chaqueta de cuero y las gafas de sol necesarias, con una sonrisa afilada y un fuerte acento de la Australia rural. Parece sacado de un grupo al estilo de los Allman Brothers, con el pelo y la barba largos, teñido de mechones rubios, los brazos cubiertos de tatuajes y una risa con la boca llena. La estética de Amyl & the Sniffers forma un extraño collage: una extravagante mezcla entre bandas de rock de los setenta, pintas inconformista y un grupo de niños gruñones de un parque de casas rodantes suburbano en Melbourne.

Del ‘underground’ de Melbourne a recorrer el mundo

La banda comenzó en 2016 con un juego de palabras: Amyl es el nombre de un tipo de droga que normalmente se inhala (la traducción de rastreadores es algo como rastreadores). En 12 horas compusieron y grabaron su primer trabajo, Arre, un EP de cuatro temas que marcaría su estilo: denso, directo y agresivo, muy influido por el punk. “Éramos jóvenes, no muy buenos, y no sabíamos lo que estábamos haciendo”, bromea Martens. Curtieron su sonido en la escena local de Melbourne. El boca a boca, los fanzines y los medios especializados les ayudaron a despegar en el bajo tierra internacional. Para 2019 ya habían estrenado su primer larga duración, Amyl y los rastreadores, con comercio rudo, sello independiente británico culpable de dar forma a la historia de la música alternativa con The Smiths, The Strokes o Stiff Little Fingers, entre muchos otros. El disco ganó el Aria, el premio de la industria australiana, al Mejor Álbum de Rock.

Cuando llegó la pandemia, los cuatro acababan de mudarse juntos. Entonces se impuso el confinamiento, uno de los más severos del mundo. Y para matar el tiempo se dedicaron a componer su segundo larga duración, Consuelo para mí (comercio rudo, 2021), que fue valorado por la crítica internacional como uno de los mejores lanzamientos del año y nominado a otros seis premios Aria, de los que volvió a ganar Mejor Grupo y Mejor Álbum de Rock. “Increíble disco de badass punk, sucio, estúpido y lúcido a la vez. Una barbaridad intensa, divertida y adictiva”, lo calificaba Xavi Sancho en su reseña para babelia. Sus letras comenzaron a ser más conscientes, fruto de un curioso proceso de politización que vivió Taylor durante el coronavirus: su aislamiento la hizo leer.

Amy Taylor, cantante de la banda de rock australiana Amyl & the Sniffers, durante la entrevista con EL PAÍS.
Amy Taylor, cantante de la banda de rock australiana Amyl & the Sniffers, durante la entrevista con EL PAÍS. AGGI GARDUNO

“Creo que no escribí sobre temas políticos porque no los conocía. Ahora siento que tengo el conocimiento para escribir letras como las bandas que admiro: ATAÚD, Minor Threat o grupos que hablan de política en sus letras. Siempre he admirado a las personas con conciencia social, anarquistas —aunque no lo soy, necesariamente— pero durante la covid le dedico tiempo a aprender. No lo leí antes y después de probarlo pensé que había un mundo interesante ahí”, narra la cantante, que entre sus últimas lecturas menciona la teoría política de la filósofa afrodescendiente Angela Davis o las crónicas de la sociedad americana de los años 60. de Joan Didion. “Nuestra música es directa y simple, te permite prestar atención a las letras”, señala Martens.

Australia, “un puñado de islas diminutas en el culo del mundo”

La escena independiente australiana ha florecido en los últimos años. Críticos de todo el mundo han vuelto la mirada hacia sus islas. Aunque el aislamiento que supone vivir en medio del océano, lejos de los circuitos habituales de la música alternativa, en Europa y Estados Unidos, hace que a sus bandas les resulte mucho más difícil dar el salto al extranjero. Amyl & the Sniffers es una de las pocas excepciones. “Australia es un montón de pequeñas islas en el culo del mundo. Es difícil que un grupo de aquí salga a tocar fuera del país. Son muchas horas de avión y es muy caro”, explica Taylor. Obtuvieron un par de becas estatales cuando comenzaron a filmar que les ayudaron a cruzar fronteras.

“El aislamiento es una bendición y una maldición. Las bandas de fuera que te gustan nunca vienen, así que solo tocamos entre grupos locales. Así es como mejoramos: ves a alguien y piensas, necesito hacer eso ”, dice Martens. “Vamos a muchos conciertos de punk y garaje locales en Melbourne, bandas que nos gustan mucho porque las vemos seis veces a la semana. Influyen mucho en nuestro sonido”, dice Taylor, “pero con la globalización en este momento puedes ser influenciado por el resto del mundo, por bandas de Filadelfia o Ciudad de México, lo cual es clave porque a veces en Australia estamos tan aislados que tenemos pocas influencias externas”.

Portada del último disco de Amyl & the Sniffers, 'Comfort to me' (Rough Trade, 2021).
Portada del último disco de Amyl & the Sniffers, ‘Comfort to me’ (Rough Trade, 2021).

Taylor creció en Mullumbimby, un pueblo formado por “agricultores, hippies y boganes [un apelativo despectivo, como el redneck estadounidense, que podría traducirse como paletos, normalmente de ambientes rurales humildes. Ella se ha reapropiado del término con una connotación positiva]”, tal y como ha descrito el vocalista en varias entrevistas. Fue allí donde comenzó a asistir a conciertos: noches de hardcore punk para todas las edades. “La zona de la que soy es bastante hippie y esa fue mi primera experiencia con la música en vivo. Nunca toqué en una banda de hardcore, pero me encanta su energía”, resume.

La actitud hardcore, la hiperactividad desquiciada de sus conciertos y la rabia inherente del género se quedaron con ella. También la filosofía que aplica a los Sniffers: estar constantemente en el camino, conquistando al público concierto a concierto y kilómetro a kilómetro, con un claro gusto por la autogestión y las viejas formas de hacer música, pero sin dejarse llevar por la nostalgia. “Somos jóvenes, tenemos energía, queremos hacerlo y nos gusta esta forma de vida. No tenemos que trabajar en cosas que no nos gustan”, dice Taylor. Acaban de dar el salto que muchas bandas nunca consiguen: poder vivir exclusivamente del grupo, sin tener que alternar con trabajos paralelos. Cuando regresen de la pequeña gira, que luego de Guadalajara concluye con un concierto al otro lado de la frontera en Los Ángeles, planean comenzar a escribir su próximo álbum, si su agitada agenda lo permite. El baile nunca termina.

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