Al observar el ferry atracado en el muelle de San Blas, en el estado mexicano de Nayarit, resuena en mi cabeza la canción del grupo Maná: “Se fue en un bote en el muelle de San Blas, juró que volvería…”. Bien podría ser la crónica de aquellas despedidas en las que los presos, a bordo de barcos militares, partían hacia el penal de Islas Marías. Condenados hombres que calculaban en años su estancia en la isla, tachando líneas en la pared, descontando los días. A diferencia de ellos, los que vamos hoy a tomar ese barco a la antigua isla prisión sabemos que estaremos de regreso en dos días.
El nuevo proyecto Islas Marías, enmarcado en el espacio natural protegido como reserva de la biosfera Islas Marías, combina el turismo sostenible con la investigación y los estudios ambientales en la isla. Inaugurado hace apenas unos meses, es el resultado de una carrera contrarreloj cuando, en 2019, la prisión finalmente cerró sus puertas —lo que, paradójicamente, en una prisión significa abrirlas—, trasladando a todos los presos a otros centros penitenciarios estatales y acabando con más de un siglo de historia del Alcatraz mexicano. En su nueva encarnación, el lugar aspira a convertirse en un atractivo turístico no solo por la oportunidad de pisar la que fuera la prisión más famosa de México (incluso inmortalizada en el cine con la película del galán mexicano Pedro Infante), sino también también para disfrutar de un ecosistema único que cuenta con especies de fauna endémica como el loro cabeciamarillo, el mapache de las Islas Marías y dos especies de colibríes. Pero el ecologismo y el turismo no siempre son los mejores compañeros de cama, por lo que para mantener este delicado equilibrio, no se permite el ingreso de más de 450 turistas al mismo tiempo y la estadía permitida es de solo dos noches.
Pequeños ferries que transportan un máximo de 200 personas zarpan martes y jueves desde San Blas, y miércoles y viernes desde el puerto de Mazatlán. Entre los pasajeros de este viaje hay dos personas que ya lo han hecho antes, hace más de 30 años, en circunstancias muy diferentes. El padre jesuita José Luis Gómez Gallegos fue sacerdote de la prisión en 1998 y durante siete años y Joaquín Virgen Patrón es un ex preso que cumplió condena aquí en 1991. Tres décadas después, ambos regresan a la isla que marcó sus vidas.

Luego de tres horas y media de travesía, la llegada al puerto de la Isla Madre da la primera sorpresa al encontrar una especie de miniciudad con avenidas, almacenes, una iglesia y calles con pequeñas casas adosadas. Al final del muelle, un enorme arco decorado con coloridos murales pintados por los presos, con el retrato de un sonriente Nelson Mandela, te da la bienvenida. Así es Puerto Balleto, el corazón de la isla, y las casitas son los antiguos alojamientos de los presos que ahora, reformados y acondicionados, son el alojamiento. Detrás del arco hay una amplia avenida flanqueada por jardines y buganvillas que conduce a una iglesia encantadora, la misma que fue la casa del padre José Luis y el refugio espiritual de los cientos de presos que acudían aquí todos los domingos.
Boletín
Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECIBIRLOS

Joaquín mira a todos lados sin acabar de creérselo. “Lo han hecho muy bonito, antes las calles eran de tierra y todo era más feo”, dice. Algunas calles más alejadas del centro que no han sido reformadas corroboran lo que dice con calles de tierra en lugar de asfalto y casas medio en ruinas. Dos de ellos aún conservan carteles pintados descoloridos en las paredes que anuncian una peluquería antigua o una linotipia. Joaquín coge del suelo una mancuerna casera hecha con dos latas llenas de cemento y la levanta varias veces, evocando la clásica escena en el patio de la prisión con los presos ejercitándose, repetida en cientos de películas. Una típica escena carcelaria que es casi una anomalía en una prisión donde las casitas, en lugar de celdas, y las avenidas arboladas recuerdan más a un campamento de verano que a una prisión. No en vano, los presos que aquí se encontraban eran conocidos como colonos y sus penas las cumplían en régimen de semilibertad, asistiendo a talleres, trabajando, participando en competencias deportivas y bailes, y muchas veces acompañados de sus familias en una especie de comunidad aparte de el mundo.

Dentro de la iglesia, en la sacristía, el padre José Luis desempolva una vieja sotana con su nombre grabado. “Cuando me fui dejé los adornos aquí. Me da mucha alegría volver a encontrarlos 30 años después. En este lugar pasamos momentos muy ricos de convivencia y celebración”, dice. Las grabaciones que el propio padre realizó con su cámara VHS durante esos años dan fe de esos momentos. Bailes al atardecer con orquesta en vivo, procesiones de Semana Santa, fiestas de carnaval, carreras de burros, competiciones de atletismo y partidos de béisbol con una sorprendente participación de niños y mujeres en los actos. “La presencia de las familias buscó la rehabilitación afectiva de los privados de libertad. En todos mis años aquí, apenas hubo incidentes violentos”, dice.

No siempre fue así. Cuando se inauguró la prisión en 1910, los trabajos forzados en la salina, en la zafra o en la recolección de camarones acabaron con la vida de muchos reclusos. Incluso más tarde, cuando se implementó el sistema de colonias más amigable, en uno de los campamentos más remotos había una prisión de máxima seguridad que era el lado B del sistema penitenciario. El enorme edificio de hormigón protegido por alambre de púas, con largos pasillos que se abren a galerías y módulos con celdas con barrotes en los que se hacinaban varios reclusos sin luz natural, forma parte de la visita. Ahora envuelto en silencio y marcado por años de abandono, este lugar es abrumador. Esta misma sensación transmite la mirada de Joaquín al observar estas celdas, sorprendido de que sentencias como la suya convivan en la misma isla con otras dignas de Alcatraz, reservadas para los presos más peligrosos. “No conocía este lugar. La gente de los otros campos nunca vino aquí”, dice. “Mis recuerdos de mi paso por Islas Marías son muy buenos. Primero trabajé en el aserradero y luego en el restaurante. Los domingos era árbitro de béisbol en la liga que teníamos. Cuando vino mi mujer, nos dieron una casita para vivir juntos”.

La isla, en su nueva vida como territorio libre, continúa bajo el control de la Armada de México, que mantiene una importante base militar en la isla. El personal que se encarga de recibir a los turistas, organizar el Excursiones y atender los servicios de alojamiento, restaurante y demás, aunque vestidos de civil, son miembros de ese cuerpo. A nuestra llegada nos asignan diferentes grupos y se nos proporciona una lista con información sobre desayuno, almuerzo, cena y actividades para los próximos dos días. El Excursiones Se realizan en grupo y no está permitido ir solo a la playa, bañarse en el mar o explorar la isla por tu cuenta. Las bicicletas de alquiler de verano parecen ofrecer un lado positivo, pero las restricciones en las carreteras fuera del perímetro principal establecidas alrededor de Puerto Balleto nos recuerdan que la libertad de movimiento es un concepto nuevo aquí que necesita tiempo para ser asimilado. Más de un siglo funcionando como prisión pesa mucho y no se borra de la noche a la mañana.

Una vez que comprenda que este no es un lugar para viajeros independientes, las actividades programadas lo compensan con creces. A las cinco y media de la mañana comenzamos una caminata de dos horas en la oscuridad, montaña arriba, para ver amanecer en el espectacular monumento de Cristo inspirado en el Cristo Redentor de Río de Janeiro, construido con un esfuerzo titánico y voluntario. para los presos. Desde este majestuoso promontorio se puede observar la exuberante vegetación que cubre la isla. Yendo cuesta abajo, con las primeras horas del día, nos cruzan varios loros cabeciamarillos, un par de cardenales y un colibrí, brindándonos una actividad espontánea de observación de aves fuera del programa.

En otras excursiones, las playas y los miradores de los acantilados dan pistas de la belleza natural de la isla. David Montiel y Humberto Montesinos, de la CONANP, organismo que vela por la protección de la isla y organiza programas ambientales, hablan de otros rincones que aún no es posible visitar, con arrecifes coralinos donde nadan tiburones nodriza a pocos metros de la orilla y playas vírgenes donde desovan tortugas golfina y carey. Tras las excursiones del día, visita al museo donde, a través de fotografías y objetos, se cuenta la historia de los 114 años de prisión y las personas que la vivieron. Presos comunes y personajes ilustres como José Revueltas, escritor y preso político encarcelado por sus ideas comunistas y que escribió paredes de agua (1941) durante su encarcelamiento aquí. Su figura aparece representada en uno de los espectaculares murales realizados por los presos en un salón de actos. Otras historias, contadas en el cementerio local, forman parte del folclore de la isla. Historias como la de El Sapo, el preso más sanguinario del penal con 150 delitos a sus espaldas, enterrado junto al cura Trampitas por expreso deseo de este último en una historia de amistad improbable.

Las palmeras junto a la iglesia se convierten en lugares de reunión de loros al atardecer. En el comedor al aire libre frente al mar, el grupo educadamente hace cola frente al buffet. Platos sencillos pero sabrosos, bebidas sin alcohol y conversaciones entre mesas con gente a la que ya vas conociendo refuerzan esa sensación de camping. Por la noche, un coronel de la Armada te invita a observar las estrellas en la pista del aeródromo militar a través de una fascinante historia que mezcla la mitología, la astrología y la leyenda con el conocimiento de las estrellas que solo tienen quienes han vivido guiados por ellas. .
Termina nuestra estadía de dos días. Algunos se apresuran a comprar artesanías huicholes en los puestos de los artesanos que hacen el viaje todas las semanas para vender sus mercancías. Embarcados en el ferry, el personal de la Armada que nos ha atendido en esta ocasión, alineados en el muelle, nos saluda efusivamente mientras el padre José Luis y Joaquín nos devuelven el saludo desde cubierta. El barco se aleja, dejando atrás la isla. “Valió la pena volver”, suspira Joaquín, con la mirada aún fija en ella.
Suscríbete aquí para boletín de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas Facebook, Gorjeo y instagram.