Un joven lanza consignas a un público algo cansado un domingo por la noche. Lleva sombrero, acento jarocho, un micrófono que amplifica sus palabras. Habla de cosas como el futuro y la resistencia, la esperanza y la unión. El público ha pasado dos días de densas charlas, debates y reflexiones tras otros 10 días de caminar a pie bajo el sol del sur de México, durmiendo poco y mal en tiendas de campaña donde poder tumbarse y soportar el acoso de las fuerzas de seguridad. Algunos dormitaban con los oradores anteriores, pero sus ojos comenzaron a abrirse con el mensaje del veracruzano, el soplido de un fuelle sobre las brasas de un fuego que amenazaba con apagarse. “Si no tenemos el territorio, no podremos cuidarlo. Pero vengo a decirles que no se desesperen, como pueblo tenemos que resistir porque la selva siempre brota”. Después, corea consignas revolucionarias. Y toda la sala da la respuesta.
El sur mexicano ha vuelto a gritar contra el despojo de sus tierras, la militarización y la desigualdad, en sus propias palabras. el sur resiste, una caravana internacional que ha recorrido siete Estados en protesta por los megaproyectos del presidente Andrés Manuel López Obrador, como el Tren Maya o el Corredor Transístmico, ha concluido su recorrido este fin de semana con un encuentro organizado por el Congreso Nacional Indígena. El sitio escogido es un golpe simbólico: el Caracol Jacinto Canek, bastión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en las faldas de las montañas de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Los guerrilleros, que se alzaron en armas contra el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari el 1 de enero de 1994, son una de las grandes bestias negras del Estado mexicano, perseguidos y vigilados por el Ejército a pesar de seguir durante años una estrategia de silencio.

La oposición al presidente articulando desde uno de los centros autónomos del EZLN, enemigos del propio López Obrador desde hace años. Entre 150 y 200 activistas y defensores de la tierra de todo el mundo caminaron juntos el 25 de abril en Chiapas. En su camino también recorrieron Tabasco, Veracruz, Oaxaca, Campeche, Yucatán y Quintana Roo para concluir en San Cristóbal, donde pueblos indígenas de todo el sur de México se les han sumado durante tres días de debates con el objetivo de proponer respuestas concretas frente a la Tren Maya y los demás proyectos extractivistas de esta Administración. En total, más de 700 asistentes que han opinado, escuchado y propuesto formas de organizar la oposición, según datos de los organizadores.
El Tren Maya fue pensado como un proyecto turístico que conectaría todo el sur de México. En la práctica, organizaciones ecologistas han denunciado que se trata de una pala que está deforestando la selva, el pulmón más importante de México. El Corredor Transístmico, también conocido como Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, es una iniciativa industrial que busca facilitar el movimiento de mercancías entre los océanos Pacífico y Atlántico. A estos dos megaproyectos se suman gasoductos, minería y tala indiscriminada, denuncia El Sur Resiste. Una lista de heridas abiertas en la tierra que ahora han encontrado una oposición, aunque sea minoritaria, que quiere levantarse.
El camino elegido por la caravana no ha sido casual: ha transitado por comunidades que han denunciado estar amenazadas por el Tren Maya o el Corredor, pero también por otros proyectos a nivel local y regional. En su recorrido han identificado riesgos como la «militarización [147 campos militares solo en Chiapas, cercanos a comunidades del EZLN], la minería y el robo de recursos, la apropiación de las tierras de los pueblos indígenas, la contaminación del agua y el medio ambiente, la gentrificación, el turismo, las drogas, los feminicidios, la violencia, la criminalización o la fragmentación de la comunidad”. Los integrantes de la caravana también han denunciado el hostigamiento del Ejército, la Policía y la Guardia Nacional, habiendo pasado en un mismo día siete retenes —ubicados originalmente para contener la migración—.

El Caracol Jacinto Canek ha sido un hervidero de ideas e intercambios este fin de semana. Entre el verde de los bosques y el pasto de las montañas de San Cristóbal, en las cabañas de madera y construcciones de ladrillo que conforman esta comunidad, se han colocado puestos con fanzines y libros, artesanías, cuadernos, afiches, camisetas, postales. Todo con mensajes de protesta, como método para recaudar fondos. Por la mañana se realizaron presentaciones y por la tarde se reunió gente en diferentes grupos de trabajo para dar respuesta a problemas específicos. El sábado, el periodista Diego Enrique Osorno se estrenó aquí por primera vez en México La montañaun documental sobre el viaje al otro lado del Atlántico de siete miembros del EZLN —ausentes del encuentro a pesar de haber cedido espacio—, en 2021.
Uno de los principales problemas a superar es el apoyo que despierta el Tren Maya o Corredor en el sur. Muchos de sus habitantes saludan la llegada de los empleos que traerán los megaproyectos, en un contexto de comunidades deprimidas, inseguras y pobres. Organismos civiles e internacionales de defensa de los derechos humanos han reiterado en numerosas ocasiones el enorme impacto ambiental que se va a causar en el entorno, pero la compensación económica y la promesa de miles de puestos de trabajo resultan demasiado jugosas en lugares donde reinan las carencias. “En lugar de fortalecer el campo, se trae la industria que violenta nuestros pueblos”, dice Marina Flores, de 33 años, integrante del colectivo Futuros Indígenas, quien también señala que estas ofertas laborales funcionarán como “un muro de contención para la población migrante”. que se quedará a trabajar en las maquilas”.
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