Esteban Volkov Bronstein, nieto y guardián de la memoria de León Trotsky, falleció la noche de este sábado en la Ciudad de México, el último refugio de su abuelo en el exilio y donde se ordenó llevarlo siendo niño en 1939. Una década antes, Josef Stalin había jurado borrar de la tierra todo el linaje del que había sido uno de los artífices de la revolución rusa y jefe del Ejército Rojo. Superviviente del terror estalinista, el niño Volkov fue testigo directo del asesinato de su abuelo, uno de los hitos de la historia política del siglo XX. Fue en esa casa de aires coloniales donde jugaba con los galgos rusos de la familia y que décadas más tarde terminaría convirtiéndose en un museo para honrar la memoria de su abuelo, quien marcó trágicamente a toda su familia.
Nacido en Yalta, Ucrania, en 1926, su nombre original era Vsevolod. A la edad de cinco años salió de Moscú con su madre hacia la isla turca de Prinkipo, el primer refugio de Trotsky. “Vivíamos en la casa de nuestro abuelo en las Islas Príncipe, en el Mar de Mármara”, recordaba de aquellos primeros días. En 1932 madre e hijo se mudaron a Berlín, donde el partido nazi ya comenzaba su ascenso al poder. A las pocas semanas ella, enferma de tuberculosis, se quita la vida, dejando abierto el gas de la cocina. Pasó un año y medio en un internado de Viena regentado por discípulos de Sigmund Freud y en 1934 fue enviado a París con su tío Leon Sedov, mano derecha de Trotsky, que moriría delirando en una clínica de París, supuestamente envenenado. , apenas cinco años después. . Su padre y sus tíos abuelos también acabarían fusilados.
Tras la espantosa muerte de León, Trotsky ordena que lo envíen a México con él y lo nombran Esteban. O Sieva, como cariñosamente llamaba a su abuelo. Apenas un año después, el martes 20 de agosto de 1940, llega asesinado. En una entrevista con este diario, Volkov recordó los detalles del hecho ocurrido en 2015. Era mediodía y cuando Esteban llegó a casa de la escuela, solo habían pasado unos minutos desde que su abuelo recibió un piolet asesino de manos de Ramón Mercader, el agente estalinista. quien se había infiltrado en el círculo más cercano de Trotsky durante meses. “Cuando escuchó mis pasos, les dijo a los guardias: “Mantengan alejado a Sieva. No debe ver esta escena”, recordó. En un rincón del jardín, dos policías retenían al asesino enviado por Moscú. “No lo reconocí en ese momento”, dice. “Tenía la cara ensangrentada y emitía extraños chillidos y aullidos”.

Tres meses antes, en mayo, un primer atentado a tiros encabezado por el muralista estalinista David Alfaro Siqueiros había dejado un rasguño en Sieva. La familia decidió mudarse a otra casa más segura, también en el barrio Coyoacán, al sur de la capital. Sobre el recorrido que hizo este periódico en 2025 por la segunda casa, Volkov recordó: “Muchos dicen que esto era una fortaleza. ¡La Fortaleza de Trotsky! No era una fortaleza. Por supuesto, después del primer ataque se tapiaron algunas ventanas y se levantaron muros”.
Hasta la década de 1970, Volkok vivió en esa misma casa, donde crió a sus cuatro hijas. Y en 1990 decidió convertir la casa en museo. Imprescindible en todas las guías turísticas de la ciudad, el empuje y la dedicación de Volkok la convirtieron también en punto de encuentro de personalidades e intelectuales vinculados a su abuelo. Como el escritor cubano Leonardo Padura, autor de El hombre que amaba a los perros, una de las mejores aproximaciones ficticias al universo de Trotsky y su asesino. Padura volvió a la escena del crimen en 2017. En el patio de la casa, repleto de gente, el escritor cubano, acompañado de Volkov, explicó los detalles de su gran novela basada en hechos reales donde, según le contó un amigo, “todos mienten”.
El nieto de Trotsky ha sido el ejecutor de su memoria más que de su doctrina. “Siempre he estado alejado de la política. Mi papel ha sido dar testimonio de lo vivido. La feroz persecución que sufrió mi familia, la avalancha de mentiras y falsedades monstruosas”. Trotsky tampoco quería involucrarlo en sus asuntos. De hecho, reprendería a sus guardias si lo hicieran: “No hables de política con mi nieto”, ordenó.
En México el joven Esteban estudió química y en los años cincuenta formó parte del laboratorio mexicano que sintetizó por primera vez en la historia el elemento básico de la píldora anticonceptiva. Luego montó una pequeña planta de reciclaje de residuos por su cuenta. Su mujer, la madrileña Palmira Fernández, era un ama de casa con un pasado digno del de su marido. Su familia se había dividido entre el bando nacional y el republicano tras la Guerra Civil y ella trabajó durante varios años al frente del taller de Balenciaga hasta que lo dejó todo y se fue a México a reunirse con sus hermanos, exiliados del bando vencido. .

En la sala de la casa donde vivió los últimos años había un cuadro. Es una representación de pesadilla del momento final de su abuelo, que aparece acurrucado en los brazos de su pareja, Natalia Sedova, horrorizado por la muerte. A Volkov no le gustó, como también le dijo a este diario. Se quejó de que no era de fiar porque Trotsky se quedó de pie después del golpe, “con los anteojos rotos y la cabeza ensangrentada, señalando a Mornard”, dijo, usando el nombre falso de Mercader como si no mereciera uno propio. . Para corregir la inexactitud histórica, el nieto de Trotsky había cubierto la expresión horrorizada de su abuelo con un trozo de cinta adhesiva.
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