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Al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, le gusta responder “mira lo que hago” cuando le preguntan si a los ochenta años es demasiado mayor para gobernar y presentarse a la reelección el próximo año. Esta semana, que se cerrará el viernes con una reunión con el presidente del Gobierno español Pedro Sánchez, lo que haga puede ser clave para sus aspiraciones de renovar su mandato: se enfrenta a dos pruebas fundamentales sobre dos temas que dominarán la campaña: la economía e inmigración irregular. Y lo hace mientras una nueva encuesta apunta a problemas para convencer a los votantes: su popularidad está por los suelos y su probable rival republicano, Donald Trump, recibe más intención de voto.
Biden no es un político carismático. Carece de la brillante oratoria de su antiguo compañero de fórmula, Barack Obama, o de la capacidad de apelar a los instintos básicos de los votantes que Trump domina. Habla con un tono de voz bajo, cuesta entenderlo en ciertas ocasiones y tropieza con frecuencia. Consciente de sus problemas de imagen, su estrategia se centra en afirmar su experiencia y presentarse como un líder eficaz en la resolución de problemas.
Las encuestas apuntan a un camino cuesta arriba. A dos semanas de lanzar oficialmente su candidatura a la reelección, su popularidad, según la encuesta que publica el poste de washington Este domingo, está en solo el 36%. Es una caída de seis puntos porcentuales desde febrero. El 63% del electorado cree que carece de la agilidad mental necesaria para ser un presidente efectivo. El 54% piensa que Trump hizo un mejor trabajo en el frente económico durante su mandato que Biden en el suyo. Y el 44% asegura que el próximo año votará por el republicano, mientras que los que seguramente o probablemente votarán por el actual presidente solo suman un 38%; El 18% aún no se ha decidido o ha elegido otra opción.
El primer asalto en el que Biden tendrá que demostrar la contundencia de su golpe político llega este martes. Ese día, el presidente estadounidense recibe en la Casa Blanca a los líderes del Partido Republicano en el Congreso, el senador Mitch McConnell y el presidente de la Cámara de Representantes Kevin McCarthy, para discutir una suspensión o un aumento del techo de la deuda nacional, que será alcanzado a principios del próximo mes. El Departamento del Tesoro advierte una y otra vez de las “consecuencias catastróficas” para la economía si no se llega a un acuerdo sobre ese límite, actualmente en 31,4 billones de dólares, el más alto del mundo.
El presidente estadounidense exige al Congreso que autorice la subida del techo de la deuda de forma “limpia”, sin condiciones. McCarthy pide importantes recortes presupuestarios para acceder al aumento.
Las espadas están por todas partes. Está en riesgo la reputación financiera de Estados Unidos, que se enfrentaría al impago de sus deudas si el Congreso no autorizara el aumento del techo. También está en juego el prestigio político de los protagonistas de la crisis: un fracaso que obligaría a la Administración federal a detener sus pagos y prestaciones sociales pesaría como una piedra sobre la campaña electoral de Biden. Para McCarthy, esta es la primera gran prueba para él como líder de la Cámara con una mayoría inestable desde que fue designado en enero.
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En una intervención en el programa “This Week” de la cadena de televisión ABC, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, advirtió este domingo que si el Congreso no cede se precipitará una “crisis constitucional” que desataría “un caos económico y financiero”. . Según los asesores económicos de la Casa Blanca, si Estados Unidos entrara en default, el PIB nacional caería un 6% este verano y se perderían cerca de ocho millones de empleos. El golpe interno también tendría graves consecuencias para una economía global que aún no se recupera de los efectos de la pandemia.
El viernes pasado, Biden acusó a los republicanos de mantener a la economía como “rehén” al condicionar su aprobación del aumento de la deuda a recortes “draconianos” en el gasto público. Durante el mandato de cuatro años de su antecesor, Donald Trump, ese límite se amplió tres veces.
El tiempo apremia y el calendario no es favorable. Este mes, el Congreso solo realizará doce días de sesiones. Biden tiene previsto realizar una gira por Asia la próxima semana para participar en la cumbre del G7 en Japón y reunirse con los aliados de Estados Unidos en la región. Algunos comentaristas han sugerido que la Casa Blanca podría apostar por una opción nuclear en caso de estancamiento: invocando la Enmienda 14 a la Constitución, que establece que “la vigencia de la deuda pública de Estados Unidos (…) no debe ser cuestionados”, para autorizar préstamos de manera unilateral. El presidente no ha descartado públicamente esa opción y se ha limitado a señalar que “aún no he llegado a eso” cuando se le pregunta.
La semana volverá a poner a prueba al inquilino de la Casa Blanca. El jueves a la medianoche caducará la medida conocida como “título 42″, vigente desde la era Trump y que permitía argumentar precauciones sanitarias contra el covid para la rápida expulsión de inmigrantes indocumentados.
La desaparición de esa medida ha disparado los temores de una ola de decenas de miles de entradas irregulares al país por la frontera sur, algo que agotaría los recursos de la zona y podría dar argumentos a los políticos republicanos que reclaman mano dura contra la inmigración. Las autoridades en ciudades fronterizas como El Paso o Brownsville aseguran que desde hace semanas ya comienzan a detectar la llegada de más inmigrantes. Ambos pueblos y Laredo, todos ellos en Texas, han declarado estado de emergencia.
La Casa Blanca asegura que lleva meses preparando el cambio. Ha establecido cupos para aceptar inmigrantes de varios países latinoamericanos que son apadrinados por sus familias en EE.UU. A partir del jueves entrará en vigor una nueva norma que descalifica a los solicitantes de asilo que no hayan presentado previamente su petición en otro país. Colabora con Naciones Unidas y otros gobiernos para establecer centros en Guatemala y Colombia desde los que solicitar asilo sin tener que llegar a la frontera con Estados Unidos.
Dentro de su territorio ha construido centros de acogida temporales con capacidad para miles de personas y ha contratado más personal para reducir el tiempo que pasan detenidos los recién llegados. El martes pasado anunció el envío de 1.500 soldados a la frontera para reforzar la guardia fronteriza.
“La frontera no está abierta, no lo estuvo antes y no lo estará después del 11 de mayo”, dijo el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, durante una visita a Brownsville esta semana.
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