Javier Ávila: “La justicia no se hace con las armas. La muerte de El Chueco es un fracaso del Estado Mexicano”

Javier Ávila: “La justicia no se hace con las armas.  La muerte de El Chueco es un fracaso del Estado Mexicano”

Esta vez las balas irrumpieron en la iglesia. El lunes 20 de junio de 2022, México amaneció con la noticia de tres nuevos asesinatos. La escena del crimen: el interior de una pequeña ermita de piedra en Cerocahui, un idílico pueblo de casas bajas, enclavado en el corazón verde de la Sierra Tarahumara, Chihuahua. Dos de los muertos fueron sepultados por el clero: los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales (78 años) y Joaquín Mora (80). El otro cuerpo era el de Pedro Palma (60), guía turístico de la zona que huía de varios hombres armados e intentó refugiarse en el templo. En un país acostumbrado a la retórica del plomo, al menos las parroquias solían ser territorios neutrales, tierra de nadie donde el crimen organizado no se atrevía a entrar, fuera por respeto, superstición o fe. Ese día, sin embargo, algo cambió.

Dos semanas después, apareció en las montañas un nuevo cadáver, víctima de ese mismo lunes: Paul Osvaldo. Cuatro asesinatos en 24 horas que, según las autoridades, llevaban la firma de José Noriel Portillo Gil, alias el torcido, un pistolero que actuó como cacique y narco local y había mantenido su control sobre la región durante años. Después de los crímenes, El Chueco desapareció entre las montañas y nunca más se supo de él. Hasta el 23 de marzo, cuando apareció un cadáver anónimo con un tiro en la cabeza y 16 rondas de municiones a su alrededor en lo alto de la Sierra de Choix, en Sinaloa. Los forenses lo identificaron como El Chueco y muchos dieron por cerrado el caso.

Imagen de José Noriel Portillo Gil, alias 'El Chueco', difundida por la Sedena en 2022.
Imagen de José Noriel Portillo Gil, alias ‘El Chueco’, difundida por la Sedena en 2022.SEDENA

—La justicia no se hace con las armas. Esperábamos que lo arrestaran y le dieran un debido proceso. La muerte de El Chueco significa un fracaso del Estado mexicano.

Ha pasado una semana desde que abandonaron el cuerpo de Portillo Gil y ahora Javier Ávila hace balance. Ha sido uno de los principales líderes de la comunidad jesuita en la Sierra de Tarahumara durante décadas, cercano a los dos sacerdotes asesinados. En entrevista telefónica con EL PAÍS desde Creel, localidad de la misma sierra en cuya parroquia es vicario, sigue la línea que ya abrieron sus compañeros la semana pasada en un duro comunicado contra el gobierno mexicano.

—Casualmente, días antes [de la muerte de El Chueco] Tuve una reunión con el Fiscal General del Estado y le dije: ‘Arresten a este sujeto porque tarde o temprano otras personas les van a tirar el cadáver, va a ser un fracaso estrepitoso de la justicia mexicana’. Me respondieron: ‘No, no, padre, lo vamos a llevar’. Y en efecto, entregaron el cuerpo y muchos quisieron colgar la medalla, pero solo pueden colgar la medalla de la incapacidad de hacer justicia.

La filtración masiva de correos electrónicos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) por parte del grupo de hacktivistas Guacamaya reveló que las autoridades habían estado siguiendo a El Chueco durante al menos dos años antes de los asesinatos de los sacerdotes y los dos hombres. Sabían que era el jefe de la plaza Gente Nueva, brazo armado del Cártel de Sinaloa en la zona. Conocían sus rutas para traficar drogas, cómo reprimía a la población de la sierra. Pero no hicieron nada.

-En el guacamayo enlaces se dice que el Gobierno tenia conocimiento del tema, donde vivia, donde se movia, cuales fueron sus acciones. Me pregunto, si ya sabían quién era, ¿por qué no lo arrestaron? Tras los homicidios, el sujeto desaparece del radar del territorio y ya no saben dónde está. Hasta los nueve meses aparece su cuerpo. Eso demuestra una tremenda incapacidad para controlar, conocer, tener conciencia del territorio.

Ávila señala un problema de raíz de la violencia en Chihuahua que no se resuelve con el asesinato de un delincuente. “La muerte de un sujeto no altera la inseguridad de toda una comunidad y una región. El Estado de Chihuahua está muy golpeado en estos momentos, hace nueve meses de la muerte de estas personas [los dos sacerdotes y los dos hombres]; Hace menos tiempo el motín que se levanta en el Cereso [centro estatal de reinserción social] de Ciudad Juárez [que dejó 17 muertos]; ahora el incendio de la casa donde había migrantes con decenas de muertos [al menos 38 fallecidos]. Es muy trágico, duele mucho”.

Un soldado afuera de la iglesia de Cerocahui el 22 de junio, días después del asesinato de los sacerdotes y el guía turístico.
Un soldado afuera de la iglesia de Cerocahui el 22 de junio, días después del asesinato de los sacerdotes y el guía turístico.Christian Chávez (AP)

El Estado ahora tiene mayor presencia en Cerocahui. Un proceso que implica el desembarco del Ejército y la presencia de soldados en las calles, estrategia criticada por las organizaciones civiles, pero que cuenta con un importante respaldo popular ante la aparente ausencia de otras vías de pacificación. “La gente se siente segura en el pueblo por la presencia de las autoridades, no quieren que se vayan porque les da tranquilidad. Su sola presencia inhibe el tránsito de otros grupos armados. Mientras los grupos policiales no estaban, El Chueco caminó libremente por el pueblo.

Sin embargo, más allá de que las armas del Estado han reemplazado a las del crimen organizado, el panorama no ha cambiado tanto, Ávila defiende: “Después de la muerte de este sujeto, creo que el ambiente sigue siendo el mismo: desaparece, pero Sigue al mismo grupo. Sigue la inseguridad, la gente sigue dolida y triste por la muerte de los dos padres y de Pedro y Paul”.

Y vuelve a caer en la idea de que es necesario algo más, que los asesinatos no acaban con más asesinatos, que la violencia está muy arraigada y hay que atender tanto a sus causas como a sus consecuencias: “No sólo quedarnos atascados en los dos jesuitas, ampliad vuestras miras. Nuestra preocupación es colaborar y reconstruir el tejido social que está muy deteriorado. Los jesuitas no vamos a dejar de señalar todo aquello que atente contra la paz y la justicia de la sociedad”.

El cortejo fúnebre de Javier Campos y Joaquín César Mora, los sacerdotes jesuitas, el 26 de junio del año pasado en Cerocahui.
El cortejo fúnebre de Javier Campos y Joaquín César Mora, los sacerdotes jesuitas, el 26 de junio del año pasado en Cerocahui.Christian Chávez (AP)

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