La activista trans que entierra a sus amigas olvidadas: “Los primeros cuerpos los vigilé sola, sola”

Muerte, muerte y más muerte. La primera vez que Kenya Cuevas, la activista trans más conocida de México, miró la muerte a los ojos fue a los nueve años, cuando se escapó de casa y comenzó a prostituirse en las calles de la capital. La segunda fue cuando la enviaron a la sección de personas con VIH en el penal de Santa Marta, al norte de la Ciudad de México, y comenzó a acompañar a sus compañeros hasta su último aliento. Las enfermeras no se atrevían a tocarlos. Se sentaba a su lado y les decía: “Todo estará bien, podrán ir a descansar”. Lo hizo con hasta 200 mujeres. La tercera vez fue con la muerte de su pareja Paola Buenrostro, cuando fue baleada por el hombre que la recogió en la esquina donde las dos se prostituían.

Paola murió en los brazos de Kenia, y ella, “por pura rabia”, inició un activismo que ha terminado por adueñarse de su vida y se ha convertido en una lanza de tres puntas: bloqueó carreteras para que encarcelaran al presunto asesino, ella creó la primera casa para que las mujeres trans pudieran salir de la calle y educarse (ahora tienen tres en diferentes estados). Y una tercera actividad, mucho más silenciosa y solitaria: Kenia comenzó a rescatar los cuerpos de las compañeras muertas y enterrarlos dignamente. Ya tiene 60 años. Al principio lo hizo sola, “sola”, sin apenas recursos y pidiendo a los sepultureros que por favor cavaran su hoyo gratis. Ahora está construyendo el primer mausoleo para mujeres trans en México.

“Y del mundo”, aventura Kenia desde el cementerio San Lorenzo Tezonco, en la Alcaldía de Iztapalapa, Ciudad de México. Ha venido aquí el primer jueves de junio a revisar el trabajo de los trabajadores y de la alcaldía que financia el proyecto. Lleva vaqueros ajustados, una camiseta blanca escotada y muchos collares y anillos. Hace dos semanas hubo un gran acto para iniciar la construcción. Kenia colocó el primer ladrillo del mausoleo en compañía de Clara Brugada, alcaldesa, y Ernestina Godoy, jefa de la Fiscalía capitalina, quienes pronunciaron discursos en apoyo a una comunidad que ha sido ignorada, o directamente criminalizada y marginada durante décadas por Las autoridades.

Kenya Cuevas, su secretaria y la jefa de construcción del mausoleo.
Kenya Cuevas, su secretaria y la jefa de construcción del mausoleo. Daniel Alonso Viña

Luego de revisar el trabajo en el sitio, Kenia y los tres amigos que la acompañan van a ver a Paola Buenrostro, quien está enterrada a unos cientos de metros del mausoleo. Allí se sientan a fumar y hablan de sus nuevos proyectos, del duro trabajo que le dan las organizaciones que lideran o de la dificultad para conseguir financiación. Si la conversación se torna demasiado seria o aburrida, uno de ellos siempre tiene una broma o chiste macabro en la punta de la lengua.

A Kenia no le gusta hablar de su edad, entonces su amiga Andrea le pregunta: “¿Y cuántos años tenías?”. Kenia solo sonríe. “En los medios hablan de 78 y más”, insiste. Eso no es cierto: Wikipedia dice que está a punto de cumplir 50 años. Aun así, Kenia se ríe y responde: “Pero qué dices, si eres de mi camada”. “Oh no”, responde Andrea. “Te vamos a registrar para que puedas inaugurar el mausoleo”, bromea Kenia. “No te lo creas, a ver si voy a ser de las que lo cierran”, responde divertida su amiga.

La actitud valiente y divertida con la que estas mujeres ven la muerte solo se entiende dentro de un grupo cuya esperanza de vida no supera los 40 años, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en un país donde la gente muere alrededor de los 75 años. Las mujeres trans sufren un nivel de violencia en México que no tiene igual en otras partes del mundo. Después de Brasil, México es el país que más asesinatos contra personas trans registra, 461 en los últimos cinco años, según la ONG LetraEse. Esto, unido a las adicciones y enfermedades que conlleva una vida laboral en la calle, acorta gravemente la vida de muchas de estas personas.

El mausoleo que está construyendo Kenia pretende ser un lugar donde se dignifiquen. “Ahora van a tener un lugar hermoso, vistoso, impresionante, donde se respete su presencia después de todo lo que han pasado en la vida”, dice mientras revisa que el mausoleo tenga las tumbas necesarias. Todavía está desnudo de toda la parafernalia que le van a poner -vidrieras, luces, una cafetera- pero la meta es tener espacio para 126 personas entre ataúdes, urnas y huesos.

Kenya Cuevas y sus amigos frente a la tumba de Paola, la mujer transgénero cuyo asesinato lanzó el activismo de Cuevas.
Kenya Cuevas y sus amigos frente a la tumba de Paola, la mujer transgénero cuyo asesinato lanzó el activismo de Cuevas. Daniel Alonso Viña

Es jueves por la tarde y las chicas conversan junto a la tumba de Paola Buenrostro. El sepulturero, José Luis, limpia con una esponja el agua podrida de las ollas y pone flores nuevas en la tumba. “Los primeros casos los vigilé solo, solo”, dice. “Ahora llamo y viene gente que ni conozco y trae agua, café, pan, siento acompañamiento, pero al principio iba sola, sola, sola”, dice sin rastro de tristeza o enojo en su voz. . “Los cuidé toda la noche, no tenía dinero ni para las velas, dormí al lado de ella y en la mañana hablé con los sepultureros y la verdad que me dejaron sin trabajo. [la ayudaban] y no me cobraron por hacer el hoyo. Y luego entre los tres, los dos sepultureros y yo, cargábamos el ataúd y la enterrábamos”, dice Kenia.

“Tener un entierro digno debería ser un derecho humano”, dice Kenya con un cigarrillo entre los dedos. “No puede ser que las mujeres trans sigan siendo violadas incluso después de muertas”. Como las familias de muchas de estas mujeres las han olvidado o nunca han aceptado su identidad, nadie reclama sus cuerpos y al cabo de un tiempo acaban en una fosa común. Sigue viniendo aquí todo el tiempo, compra flores para poner bonitas las tumbas de sus amigas y ahora sí, le da una buena propina al sepulturero. Luego se sienta frente a Paola y le cuenta cómo le va. “Cuando la enterré le prometí que no dejaría de luchar por nosotros, pero la verdad es que en ese momento habló de su enfado, no sabía que iba a hacer tantas cosas. Ahora que lo tengo no dejo de pensar, que padre es seguir adelante.

Britany, amiga de Kenia Cuevas, el jueves frente a la tumba de Paola Buenrostro.
Britany, amiga de Kenia Cuevas, el jueves frente a la tumba de Paola Buenrostro. Daniel Alonso Viña

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