Xóchitl Gálvez está produciendo material radiactivo para la hasta ahora infalible estrategia de comunicación del presidente Andrés Manuel López Obrador. Tras la efervescencia mediática que ha vivido la hidalguense, en parte generada por los reflectores involuntarios que el propio presidente le otorgó al cerrarle el paso en la mañana, todos los intentos por hacer control de daños desde Palacio Nacional han resultado infructuosos. Peor aún, lejos de apagar el fuego, se han convertido en combustible adicional para el caldero en el que se cuece el lanzamiento de Xóchitl. Con cierto sarcasmo, pero no sin razón, este martes agradeció al presidente por convertirse en su jefe de campaña.
Desde hace varios días, López Obrador utiliza la plataforma Mañanera para descalificar la candidatura de Xóchitl. Con esto solo la ha fortalecido. En política existe una regla no escrita de que la relevancia de un contendiente se establece por el tamaño de su rival. Hacer rondas de boxear en el cuadrilátero presidencial le dan a Xóchitl un cartel político que ni en sus sueños más locos hubiera imaginado. En este momento no son Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard quienes debaten contra su muy probable rival en la lucha por la presidencia, sino su jefe. En cuanto a los símbolos, eso es oro molido para Gálvez y lo está aprovechando al máximo porque, para el espectador de esta disputa, ella se mantiene por encima de las gorras, al menos por el momento. “Ustedes me van a dar la banda presidencial y yo la voy a recibir con una amplia sonrisa”, dijo, muy hábilmente, en esta tira tira con Palacio Nacional.
Parecería extraño que el presidente no se haya dado cuenta de que hablar de Xóchitl es adverso a sus intereses, considerando que se benefició precisamente del mismo fenómeno, cuando Vicente Fox se obsesionó con el entonces jefe de gobierno de la Ciudad de México y al atacarlo, lo convirtió en una figura nacional.
Y sin embargo, por obvio que parezca, al obradorismo le cuesta improvisar otra estrategia. La descalificación del micrófono presidencial ha sido el recurso infalible para desgastar a todos los rivales políticos. No ha fallado. Hoy esta estrategia parece ser víctima de su propio éxito. En este momento, mientras más ataques al precandidato de la Alianza, más lo fortalece.
Por más obvio que esto sea, no es fácil que el movimiento de Obrador proceda de otra manera, precisamente porque todas las estrategias pasan por López Obrador. Los analistas o caricaturistas afines, capaces de realizar una crítica a Xóchitl Gálvez, tienen mucho menos peso mediático que sus contrapartes. Y es que el movimiento no generó una política de comunicación porque no la necesitaba: el presidente era suficiente para la tarea.
El problema de López Obrador es que Xóchitl Gálvez carece de algunas de las debilidades que hacían tan vulnerables a otros oponentes de la 4T. Por un lado, su origen social humilde, en parte indígena. Se le puede acusar de explotar tales orígenes con fines publicitarios, pero no los ha inventado. Su origen del “México profundo” dificulta las críticas al presidente, quien suele asentarse en la narrativa de un enfrentamiento entre los de arriba y los de abajo, algo que siempre le había funcionado. Pero viniendo de un nacimiento más modesto que el de las gorraso incluso que el propio López Obrador, de entrada, es un planteamiento contra el que está blindada.
Para darle la vuelta a este problema, el presidente la ha acusado de ser una marioneta de intereses inconfesables, ligada a la mafia en el poder. El problema no sería ella, o no el principal, sino lo que ella representa. Pero Xóchitl también tiene un antídoto para este argumento, un antídoto que se convierte en contraataque: sostiene que ha sido una profesional exitosa que se abrió camino con su propio esfuerzo sin necesidad de ningún “cabrón”. Acusarla ahora de ser títere de alguien, afirma, es un rasgo de misoginia porque muestra la incapacidad de López Obrador para reconocer los méritos de una mujer. El martes el presidente terminó a la defensiva al presentar datos que muestran la paridad de género en su gabinete y este miércoles continuó con sus embestidas.
En fin, me parece que López Obrador vive un momento inédito en su estrategia comunicacional y que, frente a Xóchitl Gálvez, tendría que reconsiderarlo, porque en esta batalla tiene todas las de perder. Primero, porque, como se ha dicho, le da una exposición extraordinaria y la eleva en la jerarquía política. Segundo, porque la victimiza haciéndola objeto de un ataque desde el poder y con recursos del Estado. Y tercero porque es ilegal. Más de un analista ha recordado que el “cállate chachalaca” de López Obrador en 2006 fue un grito del entonces candidato opositor contra la intromisión abusiva del presidente Vicente Fox. normas electorales para evitar que los presidentes utilicen su situación privilegiada para apalear a un candidato a sucederlo. Usar la tribuna del Palacio Nacional contra un candidato de la oposición violaría explícitamente esas leyes. En definitiva, se mire por donde se mire, este es un enfrentamiento que López Obrador tendría que abandonar. Por ahora ha logrado que, en vez de tener un rival tan apto como Santiago Creel para la batalla final de la sucesión, ahora enfrente a un posible candidato con perspectivas impredecibles. Un tanque de oxígeno para un derecho que estaba en estado catatónico.
Me parece que el obradorismo se ha equivocado de interlocutor y de planteamiento. Tendrían que ser Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, en su momento y no ahora, quienes enfrenten a su rival, si, como parece, Xóchitl consigue la nominación. Y tampoco creo que la mejor línea de argumentación sea cuestionar si su ADN güipil e indígena es auténtico o si realmente tuvo una infancia sufrida. Más bien, se trataría de evaluar frente al futuro elector si este florido y ocurrente carácter verbal tiene el mínimo necesario para hacerse cargo de los destinos del país. Habría que apostar a que el ciudadano acude a la comparación de un modelo con respecto al otro, de los atributos y capacidades de Claudia o Marcelo contra los de Xóchitl y así decide a quién darle las riendas del gobierno.
Pero claro, el tema es ver si el presidente puede dejar esta tarea a otros o quiere seguir siendo protagonista de todas las batallas, incluso perdiéndola.
@jorgezepedap
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