PT y PVEM, una adicción preocupante |  Opinión

El que duerme en una cama con niños amanece mojado, dice un viejo dicho de tiempos en que la frase aún no tenía connotaciones pedófilas. O, dicho de otro modo, si estás tomando pastillas para dormir, no te sorprendas si desarrollas una adicción. Las dos frases me vienen a la mente cuando veo los vaivenes políticos de Morena en su desafortunado trato con los partidos satélite con los que ha sido vinculado. Qué habrá entregado la 4T al Partido Verde y al PT para que se retiren in extremis del concurso en Coahuila y apoyar a su candidato? ¿Realmente valió la pena?

La alianza del Obradorismo con el PT y el Partido Verde ha sido producto de la necesidad, pero eso no la hace menos vergonzosa. Se trata de organizaciones mercenarias a las que Andrés Manuel López Obrador recurrió circunstancialmente en las elecciones de 2018 para llegar al poder. El problema es que, como las pastillas, ahora no hay forma de dejarlas.

En este espacio he señalado que probablemente no haya fuerza política más alejada de las banderas del movimiento de López Obrador que el Partido Verde Mexicano. Una institución plagada de juniors y cachorros políticos millonarios, sin mayor ideología que la de vender su lealtad al soberano de turno al precio más alto posible. Lo hicieron con Felipe Calderón, con Enrique Peña Nieto y en los últimos años con López Obrador.

Aunque con otras características, el Partido Laborista no es más presentable que el Verde. Poco menos que una propiedad de la familia Anaya, encabezada en ese momento por un presunto líder social al que recurrió Carlos Salinas para lanzar un partido que restaría votos de izquierda al Frente Democrático de Cárdenas. El PT pasó a ser un satélite del PRI, hasta que Anaya tomó nota de los cambios y negoció con López Obrador. Tanto el PVEM como el PT mantienen el registro y sus jugosos cánones al ofrecer sus porcentajes de votación en elecciones y cámaras legislativas al mejor postor. Y por el momento Morena es el mejor postor, porque tiene mucho más que ofrecer o repartir.

La lógica de López Obrador puede entenderse tras la derrota de 2006, atribuida a las malas artes de sus adversarios, y la terrible conclusión de que era imposible derrotar al sistema sin recurrir a sus propias armas. Entendió que no bastaba con conseguir los votos, sino también con defenderlos y para eso supuso que había que mojarse. En cierto modo, se necesitó un milagro para quitarles a las élites el poder que habían tenido durante tanto tiempo, y las alianzas incómodas fueron parte de ese milagro. Se suponía que lograr que la presidencia impulsara un proyecto a favor de los pobres justificaba la inclusión de compañeros incómodos, porque de alguna manera sumaban. El resto podría revertirse una vez logrado el trono. Pero no ha sido así.

A estas alturas, Morena no necesita ni del PV ni del PT para ganar la presidencia del país, pero siempre hay una meta política adicional: la gubernatura en una región adversa (Coahuila), una votación en el Congreso, mayorías calificadas para modificar la constitución.

En las sociedades modernas, gobernar significa tratar con otras fuerzas políticas. Cada vez es más difícil que un partido o un candidato obtenga una victoria que le permita gobernar la agenda económica y social de manera unilateral. Pero hay dos formas de lograr consensos para avanzar en el proyecto de gobierno: negociando o comprando. Lo primero significa renunciar a aspectos del programa ideológico, pulir los rincones, incorporar puntos de vista opuestos para llegar a acuerdos. La segunda, simplemente dar recursos a quienes estén dispuestos a vender su apoyo, sin tener que sacrificar contenido en las propuestas. Se dice que en política un problema que se resuelve con dinero no es problema. Eso es lo que ha hecho la 4T con el PT y el PV: obtener mayorías con su ayuda a cambio de prebendas en lugar de tener que ceder posiciones en su programa social y político.

Parecería una lógica implacable aunque no sea por presumir. Mejor entregar algún cargo político por aquí, una presidencia municipal por allá, tolerar cacicazgos en las direcciones de los partidos y empresas a sus familiares, que ceder aspectos sustanciales del programa de gobierno al PAN o al PRI para llevar a cabo la Obradorista. propuestas. .

Pero no es así. Al prolongar una relación defectuosa con los Verdes y el PT, en realidad se están perdiendo aspectos sustanciales del programa 4T. Se puede cruzar el pantano y no ensuciarse el plumaje, como decía Salvador Díaz Mirón, pero a condición, precisamente, de Cruzapara no quedarme en ella.

En López Obrador no hay un solo líder empeñado en viabilizar un proyecto de cambio a favor de las mayorías desfavorecidas. También hay un reformador que promueve el establecimiento de mejores valores sociales en la vida pública de México. Pero este segundo papel estaría siendo traicionado o suprimido en aras de la “necesidad” de fortalecer las posiciones del movimiento. Y por desgracia, o por suerte, los dos objetivos van de la mano: ¿cómo construir una sociedad más justa, perpetuando algunas de las peores excrecencias del corrupto sistema político de antes?

El presidente que asuma no tendrá la fuerza, la popularidad ni el carisma de López Obrador. Si él no puede prescindir de estos bochornosos arreglos, los próximos presidentes, mucho menos podrán. La dependencia que exhibe el gobierno del canje de tan desprestigiados compañeros de viaje compromete los propios fines que se ha propuesto el obradorismo. La falta del apoyo del PT o de los Verdes puede hacer que una entidad pierda la elección o puede obligar a ajustar una ley para que sea acordada entre la oposición. Pero a la larga, esto representa un costo menor que el deterioro de la legitimidad política y moral de un proyecto que busca transformar la sociedad. Es hora de revisar a fondo este punto, porque la profundización de esta relación generará adicción, y no existen clínicas de rehabilitación para la unidad que genera los votos adicionales de las fuerzas mercenarias.

Usuario de Twitter: @jorgezepedap

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