Diez años ha tardado Morena en convertirse en la fuerza preponderante en México. Pocas regiones se le resisten. Los que sí ven crecer la fiesta de la cereza a un ritmo sostenido, como si no hubiera más remedio que ceder a su poder. Hace diez años, Morena ni siquiera existía. Hace siete años no tenía ni una sola de las 32 gobernaciones del país y carecía de poder en el Congreso. Ahora, con la contundente victoria en el Estado de México, cuenta con los dedos de la mano los Estados que le faltan. Para bien o para mal, la Cámara de Diputados y el Senado se han convertido en su sala de juntas.

Con la victoria en el Estado de México, el partido del presidente, Andrés Manuel López Obrador, consolida un impresionante poder territorial de cara a las elecciones presidenciales del próximo año. Ya hay 23 gobiernos estatales, que albergan a más de 92 millones de habitantes: casi tres de cada cuatro mexicanos viven en regiones gobernadas por Morena. La formación acumula más poder que el PRI en su última etapa de poder, coronada en 2012, con la victoria de Enrique Peña Nieto en las elecciones presidenciales y su reflejo en el Congreso.
Morena ha roto barreras impensables hace poco tiempo. Su victoria en territorio mexicano es el ejemplo perfecto. Pescadero de votos priístas desde el nacimiento del Estado mexicano moderno, Morena se lo arrebata por segunda vez a la tricolor. La primera vez que lo intentó fue en 2017. Entonces, la ahora gobernadora electa, Delfina Gómez, perdió por un puñado de votos, una cantidad tan pequeña que hasta López Obrador planteó el espectro del fraude mediático. Seis años después, Gómez ha ganado por más de 10 puntos, según el conteo rápido del Instituto Nacional Electoral.
El académico Humberto Beck, profesor del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, destaca precisamente la capacidad de Morena para romper barreras. “Si uno mira el mapa de las gobernaciones, es claro que Morena rompió la estructura geográfico-política que imperaba en el país durante los años de transición”, explica en referencia a los dos sexenios del PAN al frente del Gobierno, primero con Vicente Fox y luego con Felipe Calderón, de 2000 a 2012.
“El norte favorecía al PAN o al PRI y el sur al PRI o al PRD. Eso era muy obvio”, explica Beck. “Y ahora esto está roto. Morena está en Baja California y Baja California Sur, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas”, agrega. “Ganar el Estado de México implica romper una de las grandes barreras que quedaron, por la vinculación histórica de la región con el PRI. Ya habían roto la barrera norte con el PAN, ahora romper la del Edomex implica un nuevo grado de consolidación territorial que cambia las coordenadas de la política”, argumenta.
Juan Jesús Ramírez, coordinador de la carrera de Estudios Políticos y Gobierno de la Universidad de Guadalajara, profundiza sobre la importancia del triunfo de Morena para 2024. “De cada 1,000 votantes que hay en el país, 120 o 130 están en el Estado de México. diferencia: Coahuila apenas aporta 25 de cada 1000. Esa es la diferencia. La victoria de Delfina Gómez tampoco ha sido muy reñida, lo que demuestra que una gran parte de esos votantes van a estar a favor del partido el próximo año”, explica. avanzar en términos de posicionamiento, de consolidación, porque históricamente fue un estado priísta, sede de uno de los grupos fuertes del partido, el grupo Atlacomulco, al que pertenece Peña Nieto”.
El PRD y el Maximato
Además de contundente, el ascenso de Morena ha sido meteórico estos años, sobre todo teniendo en cuenta sus inicios. El fracaso de López Obrador en las elecciones presidenciales de 2012 lo dejó en una mala posición dentro del PRD. El tabasqueño había perdido por segunda vez las elecciones, esta vez por un amplio margen, a diferencia de las de 2006, en las que solo un puñado de votos lo separó del cargo. López Obrador luego denunció fraude y ocupó el centro de la Ciudad de México durante meses, llegando incluso a nombrar su propio gabinete en resistencia. Pero en 2012 las cosas habían cambiado. El PRD pensó que el futuro estaba en la renovación y López Obrador decidió ir a la izquierda. Fueron los inicios de Morena.
A la fiesta le costó empezar. Desde su nacimiento como movimiento político en 2012, hasta su conversión en partido, en 2014, hasta sus primeras victorias, han pasado cuatro años. Hoy, la situación ha cambiado por completo. El PRD se encamina a la extinción, liderado en la sombra por los mismos que menospreciaron al actual presidente. No le quedan gobernaciones y su alcance en el Congreso se reduce con cada elección. Sus cotos de poder se reducen a unas pocas alcaldías de la Ciudad de México, que dominan en coalición con el PAN, alianza impensable hace diez años.

Con la victoria en el Estado de México, la pregunta es si Morena ha llegado al límite o todavía tiene espacio para crecer. Y, de ser así, dónde, cómo y por cuánto tiempo. Para Beck, es posible un mayor crecimiento. “Hay reservas de energía accesibles. Por ejemplo, en el Bajío”, dice refiriéndose a estados del centro, como Querétaro, Guanajuato, hasta Jalisco, aún en manos del PAN y Movimiento Ciudadano. “Lo mismo sucede en la mitad de los estados del norte. Nuevo León, Chihuahua y Durango siguen en manos de la oposición”, agrega. La contundente victoria del PRI en Coahuila este domingo, respaldada por los votos del PAN y en menor medida del PRD, perfila una posible ruta norte para los próximos años.
El experto señala que la clave del futuro será, “más que el control ideológico, la asociación con el poder presidencial. El hecho de que un partido tenga el poder presidencial genera magnetismo político, que impulsa las alternancias”, dice. Y no solo el magnetismo. “Los estados tienen una independencia presupuestaria limitada. Siguen recibiendo cantidades considerables de la Federación. En la medida en que estos recursos están mediados por el poder central, quien tiene la presidencia determina el ámbito político a nivel local”, continúa. “En caso de que gane Morena en 2024, y se mantenga el empuje de López Obrador, el partido podrá seguir disputándose posiciones históricas de poder”.
Tanto Beck como Ramírez apuntan a un obstáculo: el escaso desarrollo institucional del partido guinda, de cara a un futuro sin su fundador. O, en palabras de Ramírez: “la gente ve a López Obrador, no a Morena. Una vez que deje la política, el partido perderá esa fuerza”. El experto dice: “A partir de 2024, López Obrador ya no será el centro de atención. Ahora, el partido sigue unido, luego veremos qué pasa. depende de lo que pase en el proceso electoral. El problema sería que hay candidatos que están descontentos con los resultados de las encuestas”, dice en referencia al sistema electoral de Morena para las elecciones presidenciales de 2024. “Ante una posible ruptura entre Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, etc., habrá estados que estarán más con uno que con otros, y podría haber desapego”.

Al final, Morena y el futuro político del país dependerán de la fortaleza del actual presidente. “De manera formal o informal, su liderazgo seguirá siendo la fuerza unificadora de ese grupo. Teniendo eso en cuenta, creo que este liderazgo les permitirá seguir compitiendo en regiones donde la barrera no se ha roto. Porque aunque AMLO no esté en la presidencia, su liderazgo se combinará con la continuidad de Morena en Palacio Nacional”, dice Beck.
Ramírez plantea una paradoja como posible futuro de Morena y del país. “En la medida en que se debilite la imagen de López Obrador, se acabará la inercia a favor de Morena. Pero si la sociedad tiene la sensación de que, gane quien gane la presidencia en 2024, es López Obrador quien la mueve, sería bueno para Morena”, dice. El experto recuerda el Maximato, los años en que el gran jerarca del régimen posrevolucionario, Plutarco Elías Calles, quien fuera el fundador del PRI, controlaba a los presidentes que lo sucedieron. “Veo difícil que pase como entonces, pero puede pasar que mantenga presencia mediática”, dice señalando al presidente.
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