SCJN: Los ministros enjuiciados
Los nueve ministros que votaron para invalidar el "Plan B" de la reforma electoral: Arturo Zaldivar, Jorge Mario Pardo, Juan Luis González, Alfredo Gutiérrez Ortiz, Norma Piña, Javier Laynez, Luis María Aguilar, Alberto Pérez Dayán, Ana Margarita Ríos y Luis María Aguilar.
Los nueve ministros que votaron para invalidar el “plan b” de la reforma electoral: Arturo Zaldivar, Jorge Mario Pardo, Juan Luis González, Alfredo Gutiérrez Ortiz, Norma Piña, Javier Laynez, Luis María Aguilar, Alberto Pérez Dayán, Ana Margarita Ríos y Luis María Aguilar.cuarto oscuro

¿Existe la posibilidad de reflexionar sobre la polémica en curso entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y la Corte Suprema sin que el análisis esté predeterminado por la polarización política? ¿Es una locura la afirmación obradorista de que los ministros son elegidos por voto popular, como acusan los críticos? ¿O es la única fórmula que quitaría el carácter elitista del máximo árbitro en materia judicial, como sostiene el presidente?

El tema es importante, porque se da en el contexto de una disputa más amplia: la pugna entre dos proyectos de país que, en buena medida, se está dirimiendo en el llamado la guerra de la ley, guerra legal, a través de los tribunales y el aparato legal. Este es el ámbito en el que se introducen los cambios propuestos por la 4T, pero también el espacio en el que se pueden frenar o limitar, ya sea mediante medidas cautelares o expedientes de inconstitucionalidad. De repente, el Tribunal Supremo se ha convertido en la última instancia para resolver muchas de estas transformaciones, con lo que, inevitablemente, su labor se ha sobrepolitizado.

De entrada, habría que situar al Tribunal Supremo y su relación con el Ejecutivo en su justa dimensión. Hasta el pasado sexenio, el Poder Judicial en la práctica estaba al servicio del Poder Ejecutivo. No hay antecedentes de ningún caso significativo en el que los ministros hayan votado en contra de una voluntad expresa del presidente, independientemente de la madrugada o descuido que hayan cometido los legisladores o la autoridad. Baste recordar que la Corte tuvo que esperar a que terminara el sexenio de Felipe Calderón para eximir a Florence Cassez de las evidentes violaciones al debido proceso, por citar un caso.

Me parece muy saludable que la Corte Suprema haya comenzado a operar con independencia del Ejecutivo, en el correcto espíritu de una efectiva división de poderes, pero debe quedar establecido que esa no ha sido la tradición de la que venimos, lamentablemente. Y eso fue así no sólo por la subordinación del poder judicial a un régimen presidencial; Fue también porque, aunque gobernara el PAN o el PRI, en esencia constituían matices de una misma visión de país, en general también compartida por los cuadros a cargo de las instituciones. Las leyes que el ejecutivo o el Congreso enviaron a la Corte Suprema no fueron iniciativas encaminadas a provocar un cambio en el orden económico, político o social, como lo son ahora, independientemente de la opinión que estas iniciativas merecen para cada uno de nosotros. .

Habría que considerar, entonces, que este cambio se da desde la llegada a Palacio Nacional de un proyecto que difiere, al menos en gran parte, con el de las élites del país. Algunas de las decisiones de los ministros contrarias a la 4T se explican por violaciones al debido proceso por parte de legisladores de Morena y sus aliados. El presidente asegura que el rechazo a sus leyes se debe a razones ideológicas, pues a su juicio predomina entre los ministros una visión conservadora, distinta a la de su proyecto. Sin duda, en parte es así, y tampoco debemos asustarnos: en Estados Unidos, como en otros lugares, se pueden identificar ministros conservadores y progresistas, y cada fuerza política intenta imponer la suya. Obviamente, la composición actual de la Corte mexicana se refiere a nombramientos definidos en gobiernos anteriores, con perfiles similares, además de las capacidades técnicas y jurídicas de cada uno. Pero eso no quita que algunas sentencias judiciales respondan a la dejadez e improvisación de los operadores de 4T; hay legisladores que operan como si estar “en el lado correcto de la historia”, como afirman, los exime de hacer bien su trabajo.

Básicamente es un problema complejo aquí y en cualquier sociedad moderna. La corte suprema, o como se le llame en cada caso, es el ámbito donde se establecen los lineamientos que definen aspectos sustanciales de la evolución de una comunidad, pero los individuos que ejercen esta función son designados con base en la correlación de fuerzas políticas, que en muchas ocasiones provoca un sesgo político o ideológico, en mayor o menor medida.

López Obrador argumenta que la mejor manera de evitar compromisos entre las élites sería confiar en la voluntad del pueblo y convertir esta cita en unas elecciones generales. En abstracto no es sin razón. Los asesores del INE o los ministros de la Corte Suprema, elegidos hoy por las cámaras, corren el riesgo de ser definidos, con algún que otro dedo del Ejecutivo en funciones, por acuerdos entre las cúpulas de los partidos, no necesariamente como la parte más sana de la sociedad.

Pero digo que tiene razón en abstracto porque en la práctica la elección popular tiene peligros evidentes. Quizás el Congreso tendría que hacer una preselección técnica de los candidatos para cubrir los requisitos de capacidad legal y profesional; pero la elección final dependería de la promoción para darse a conocer, de los recursos económicos con los que cuenten para financiar una campaña, de atributos engañosos como la facilidad de palabra, de rasgos de popularidad que bordean la frivolidad, de estrategias de red para enturbiar a los rivales. Ese es el mundo real. Ganarían los apoyados en chequeras sin fondo, los impulsados ​​por algún partido, los favoritos de los medios o los jilgueros de pico dorado. Difícilmente el jurista estudioso, centrado, imparcial, responsable con el país, más allá de su rol o de su promoción personal. Son dudas genuinas, en gran medida logísticas, que trascienden la disputa ideológica del momento.

Si Morena va a presentar un proyecto de ley en este sentido, sería muy necesario que ofreciera una respuesta a estos peligros evidentes. Las preocupaciones expresadas aquí sobre el voto popular no son insuperables, pero habría que construir los argumentos para solucionar sus riesgos; y para ello no basta con descalificar lo que ahora existe.

Después de todo, ahora mismo son designados por mayorías calificadas de legisladores elegidos por voto popular. Una fórmula defectuosa e imperfecta que habría que cambiar, a condición de tener una mejor. No está claro, salvo argumentación, que el voto directo lo sea, todavía.

Usuario de Twitter: @jorgezepedap

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