Yasmin Esquivel contra Yasmin Esquivel

Por sus manos pasa el destino de vidas, fortunas y fama. Ser parte de la Corte significa que puedes hacer que una represa inunde un pueblo, una comunidad recupere un bosque, una familia se defienda del infame acto de un poderoso, una persona sea liberada o nunca más vuelva a poner un pie en las calles. También que la ley sea pareja, que se haga justicia.

Pero qué pasa cuando, contrariamente a lo que popularmente se dice, un juez evita juzgar correctamente, cuando se resiste a partir de su casa, de su persona, eso de aplicar el rigor de la ley, que la forma ideal de administrar justicia es ser alguien de buena reputación. a quien acudir

La cuestión no es menor si, encima, quien desdeña los llamados a someterse a escrutinio y rendir cuentas tras documentadas acusaciones de estafa es, ni más ni menos, un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Quizás lo único que quede, dado su gran poder, sea pedirle a Yasmín Esquivel, quien juró honrar la Constitución, que juzgue a Yasmín Esquivel. Pídele que ella, que fue al Senado a decir que quería ser ministra, le diga a la nación qué haría con Yasmín Esquivel que, según ha descubierto EL PAÍS, plagió buena parte de su tesis doctoral.

Será objeto de su muy personal reflexión, indagar qué tipo de impulso le llevó, cuando ya estaba en una cumbre del poder, a presentar un documento lleno de ideas ajenas no acreditadas para un doctorado en Derecho. ¿Crees que la gente es tonta y nunca sería descubierta? ¿Creíste que era emocionante transgredir y burlar? ¿Se llenaba de adrenalina con cada obstáculo superado sobre zancos que no eran suyos? ¿Sabía que siempre era más capaz de reducir a quien se atrevía a cuestionarla, a quien le reprochaba? Ni idea.

Lo que es evidente, en cambio, es simple: una investigación de EL PAÍS no deja dudas de que para obtener un título académico, en una sociedad donde los títulos son cegadores, Yasmín Esquivel no solo presentó documentos provenientes del plagio, sino que también ni siquiera él se preocupó de que estos estuvieran impecablemente hechos, de ocultar el engaño, de borrar sus huellas. La falta de honor es asquerosa. Ni siquiera aspiraba a la excelencia de los buenos copistas. ¿El ministro quiso contribuir a la idea de que los mexicanos somos cojos?

A partir de este viernes ya no existe la “disculpa” de que una jovencísima Yasmín Esquivel, que trabajaba y estudiaba, habría cometido el error de encargarle la redacción de su tesis de grado, y que quienes le ofrecieron esa ayuda terminaron dando ella un documento clonado. Este benigno (o tonto) intento de explicar el plagio denunciado por Guillermo Sheridan hace dos meses se ve desbaratado por la nueva revelación periodística de EL PAÍS.

Beatriz Guillén y Zedryk Raziel han presentado un detallado informe donde la chapuza del ministro es flagrante, por no decir obscena. Para llamarse Doctora en Derecho presentó una tesis donde nunca reconoció la obra de autores mexicanos y extranjeros reputados y para nada menores. Párrafo tras párrafo, el informe ilumina las mejillas: el autor (es decir) de la tesis era entonces presidente de un tribunal. ¿Qué clase de justicia podría haber impartido alguien que actuó así cuando se trataba de obtener un título académico?

Y encima, como es sabido en todo México, estamos ante la segunda denuncia periodística por plagio —y esta es aún más detallada—, pues varios de los autores reconocieron, como en una cata a ciegas, que las páginas de la obra que ella no los acreditaba como suyos. .

Es decir, lamentablemente estamos ante algo costumbrista, que según la RAE significa que “es costumbre”. O, para aproximarnos a los campos jurídicos donde el ministro lleva cuatro décadas, habría que decir ante una conducta reincidente. Dos tesis con denuncias de plagio hacen verano.

La ministra Yasmín Esquivel debe ser juzgada por ella misma. Dado que ella es capaz de promover recursos para que la UNAM, ¿seguirá considerándola su alma mater, como dijo en diciembre? Y en la máxima casa de estudios, ¿la seguirán teniendo como alumna de esa institución?—, pero no nos distraigamos, dado que, dijo, es capaz de exigir a los jueces que impidan el libre ejercicio de expresión de quienes revise su caso en CU, entonces no está fuera de lugar pedirle que ella misma se encargue del lío.

Que la ministra Esquivel sea la que prepare un trabajo —ustedes la pueden ayudar, pero den crédito, por una vez— y en él le diga a la sociedad cómo se juzga a sí misma, ahora que cuatro de cada diez páginas de su tesis doctoral son de verdaderos abogados. Que exponga quiénes les robaron, que muestre cómo ella con su pluma escribió lo que otros firmaron años antes, que denuncie los registros que hizo de obras en varios idiomas. Que sea su defensora pública. Que el juez rinda cuentas a una ciudadanía que espera el fallo.

Aunque ya apareció por ahí un abogado para decir que la revelación de Guillén y Raziel son pecados de mala escritura, nada mejor que escucharla a ella y no a los recaderos: ¿Qué va a discutir? ¿Un malentendido? ¿Una conspiración? ¿Tienes un video de las largas noches que escribió esta tesis? ¿Una nueva escritura notarial? ¿Le pedirá a la Fiscalía capitalina que denuncie a los periodistas? ¿Pedirá un amparo para evitar que sus textos sean revisados? ¿Declararás en la acera que EL PAÍS es noticias falsas? ¿Ficción política?

Por si no se ha dado cuenta en estos dos meses —y hay suficientes elementos para creer que realmente no quiere enterarse de la gravedad e insostenibilidad de su situación— alguien que la quiera bien le diga que la historia no le importa a ella la absolverá. Que desde hace semanas su buen nombre -al que tiene derecho- había entrado en el terreno pantanoso de la mala fama, que su terquedad sólo acabará por hacerle daño a ella, y a las instituciones, claro, si quiere, aunque sea un poco a México. , examínate, pide disculpas y comprende que la resignación es el único camino con algo de honor.

Y dado que esta ha sido una semana de deslindes, es tan falaz el argumento de la dirección panista que al tratar de ocultar el daño que le hace al PAN la sentencia contra García Luna, asegura que el expolicía nunca fue miembro del PAN. ese partido, como preocupante que el Presidente de la República no asuma su responsabilidad respecto de Yasmín Esquivel.

Andrés Manuel López Obrador podría hacer lo más parecido a una moción de censura. Decir que tal como la propuso al Senado, si hubiera sabido de antemano de sus tesis balinesas, habría pensado en otra persona, se habría cuidado de que la persona a la que iba a recomendar no sólo cumpliera los requisitos, sino que Tampoco lo hizo quedar mal. . Si el presidente no se sincera, si no expresa su claro rechazo a lo descubierto, le hará un daño al Poder Judicial que tanto ha dicho que quiere limpiar: su promesa lo compromete.

López Obrador se resiste como pocos en nuestra historia a ser obligado a tomar decisiones. No le gusta que nadie se caiga para que nadie sueñe que él también se puede caer. Queda por apelar al escritor Andrés Manuel: ¿se siente cómodo sabiendo, este autor de tantos libros, que uno de sus recomendados sustrae ideas ajenas y las presenta como propias? ¿No es el peor pecado a la hora de escribir? Ni ese picor te moverá a decir basta, ¿nombramos a alguien más?

Yasmín Esquivel debe evitar el cáliz de su caso al Presidente de la República y sus compañeros ministros. Convertirse en un paria, la comidilla de la ciudad, la presencia incómoda en la corte no es un destino que se le desee a nadie. Todavía tiene capacidad para dictar la justa sentencia que obligue al final de la farsa de la que México ha sido testigo estos dos meses.

Aquí, como en Brooklyn, no serán doce los ciudadanos elegidos al azar que se reúnan para deliberar sobre su destino. Los documentos están a la vista y sólo queda la dignidad de marcharse por su propio pie. Hay quienes creen que debe ser destituido, otros confían su caso a sus compañeros de ministerio. Aferrarse a la negación de ver la espuria de sus tesis, y encima son copias de pésima hechura, sólo profundizará el desprestigio del final de su carrera.

Yasmín Esquivel se juzga a sí misma. No queda más. Y la justicia que no es pronta no es justicia. A no ser que, hablando de pulsiones, lo que de verdad te motive no sea robar frases ajenas, sino conocerte y mostrarte por encima de la ley y la buena fama. De ser así, se convertiría en un referente de la época, y con el tiempo su historia sería contada de la única manera posible: la de la ministra sin disculpas que prefirió la deshonra.

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